Ella tomó asiento en la sala de mi departamento. Me dijo que quería hablar conmigo. Yo ya sabía cuál era el tema. Me explicó muchas cosas. Conforme hablaba, yo fumaba sin parar, deseando que llegara al punto en concreto. Finalmente, me informó que nuestra relación había terminado.

Me sentí molesto. Mucho. Y lejos de lo que pudieras pensar por el lado romántico, mi fastidio venía principalmente por tener que avisar a mis amigos que no, que esa chica y yo ya no éramos novios, cuando apenas la semana anterior habíamos tenido una gran fiesta con todos invitados en mi casa celebrando nuestro supuesto amor y demás.

Ahora tenía que salir con mi cara de idiota a notificar a mi círculo que todo el despliegue de emociones, cervezas, alcohol, cigarros, gritos, baile y entusiasmo que habían atestiguado no representaba hoy absolutamente nada significativo.

He permitido que muchas situaciones así ocurran en mi vida: instantes donde lo que más me preocupa no es lo que está pasando en realidad sino cómo va a lucir el asunto para los demás, qué opinión van a tener de mí.

Cuando nos dicen que no nos debe preocupar lo que la gente opine de nosotros, bueno, no sé tú, pero creo que es extremadamente complicado soportarlo. En este preciso minuto de mi existencia, muchísima gente tiene una opinión concreta de mí. Lo que piensan algunos es negativo. Otros albergan comentarios positivos. Y si nos hundimos en la psicología, prácticamente todas esas consideraciones que el mundo sostiene sobre mi persona son meros reflejos de quienes las emiten.

Por eso donde tú ves a un político casi tocado por Dios para traer el bienestar al país, otros vemos la misma historia de ineficiencia y corrupción gubernamental. Por eso donde algunos vemos a un genio emprendedor que quiere salvar a la humanidad, otros ven a un estafador de impuestos que vende humo. Sólo podemos visualizar lo que sintoniza con nuestra experiencia de vida, con los golpes que hemos recibido, con lo que nos hemos taladrado con libros, películas, música, conversaciones, viajes, escuelas, amigos, lugares, olores y sabores.

Intento decirte que tal vez no es posible ignorar la opinión de los demás. Que nos asignen etiquetas, apodos, calificativos, no es ajeno a nuestro atención ni a nuestros sentimientos. Esto duele. Siempre. Pero no duele siempre igual. Obviamente una coraza se desarrolla y nos permite avanzar, pero no es perfecta ni eterna. Y por eso te digo que nunca podremos ser totalmente inmunes a las opiniones.

El mejor antídoto para minimizar la importancia de las opiniones de los demás es la ejecución. Va de nuevo, en cámara lenta: el mejor antídoto para minimizar la importancia de las opiniones de los demás es la ejecución. Cuando estás ejecutando, sí, claro, sigues escuchando y recibiendo las opiniones del mundo, pero estás cantando tu canción, estás llevando tu ritmo, estás construyendo tu camino.

Desde aquella relación tormentosa que te relaté al inicio de esta historia hasta el día de hoy, mi ejecución ha pasado por tantas etapas intensas que no me he regalado tiempo para regresar a examinar mis ridículos sentimientos de vergüenza por compartir mi estado de soltería con los amigos de aquella época. Igual cuando renuncié a mi empleo seguro en el que acababa de recibir un ascenso, muchos me dejaron de hablar. Todo mundo tenía una opinión sobre Aarón y su emprendimiento. Cuando comencé a publicar en internet y proponer ideas, lo mismo. Muchos cortaron contacto conmigo. Que si soy esto y aquello, notas de amor y odio comenzaron a fluir de forma vertiginosa en mi inbox.

Pero sigo ejecutando. Organizando eventos. Lanzando empresas. Creando equipos de trabajo. Dando coaching. Impartiendo conferencias. Viajando. Criando tres niños. Disfrutando a mi esposa. Aprendiendo. Haciendo y dando entrevistas. Escribiendo libros. Ejercitándome. Viendo Netflix. Visitando amigos. Escuchando podcasts geniales. Leyendo grandes libros. Sigo ejecutando.

Comparto esto contigo porque quiero que sepas que entiendo perfectamente esa sensación que recorre tus venas cuando te congelas pensando lo que van a opinar los demás sobre lo que quieres hacer.

Congélate un minuto. Y ejecuta el resto del día.

Ejecuta. Sigue ejecutando.

Nada es más rápido y poderoso para conseguir minimizar los efectos depresivos de las opiniones externas que avanzar con la construcción de nuestras ideas. Nada.

No seas como yo y mi versión dramática de bajo desempeño que sufría más en su cabeza por este tipo de cosas que por lo que realmente iba a resentir de forma práctica en mi vida. Esa ex-novia se fue y llegó una chica hermosa para estar a mi lado y tener una bella familia con hijos e infinidad de mascotas por todo nuestro hogar.

“¿Por qué siempre llevas un envase de niña cuando vas a hacer ejercicio?”, me preguntó mi hijo recientemente. Sucede que para hidratarme suelo llevar mi agua en algún bote de la colección de mi hija. Podrás imaginar la variedad: Barbie, Frozen y otras figuras en ese estilo.

Aproveché su pregunta como un espacio para hackear su mente. Cuando tus adolescentes te hagan una pregunta, úsala como el atajo perfecto para insertarles la mayor cantidad posible de ideas geniales. Los jóvenes casi no hacen preguntas. Prácticamente nada que tenga que ver con el mundo de los niños o adultos les interesa. Están en su propio universo. Y los dramas de su edad son los que tienen secuestrada toda su atención, así que valora como oro esas breves aperturas genuinas que te puedan dar.

Le platiqué que así como una computadora necesita un sistema operativo para poder funcionar, los humanos también necesitamos uno. Que la filosofía no es otra cosa que un sistema operativo. Y que así como hay MacOS y Windows, existen diferentes tipos de filosofías. Le dije que yo soy fan de la filosofía estoica y que muchas personas relevantes a lo largo de la humanidad la han practicado. Y que muchos de los tipos que más admiro en el presente siguen sus preceptos. Le hablé de ecuanimidad, obstáculos y demás puntos relacionados con el estoicismo. También le dije que uno de los ejercicios más recomendados era aprender a dominar la incomodidad. Por ejemplo, si eres rico, vives unos días como pobre hasta que esto deja de ser una fuente de tonto sufrimiento irreal. Le dije que uno de los problemas que la mayoría de la gente tiene es que no les gusta sentirse ridículos ni que los demás se rían de ellos. Esto los hace débiles, lentos, inseguros. Muchas de las cosas que les encantaría ejecutar no las hacen porque no están dispuestos a asumir el precio de la crítica tonta.

Mi agua en un recipiente de niña es mi manera constante de decir “f*ck you” a las opiniones de los demás, expliqué a mi hijo. Lo que alguien pueda opinar de mí basado en que me vean con un artículo de muñecas y princesas es irrelevante a mi objetivo de construir un cuerpo genial en ese momento.

Los títulos de mis libros. Las ideas de mis negocios. Los nombres de mis empresas. Mis eventos. Muchas cosas que mi audiencia ha conocido a lo largo de los años, son creaciones que no habrían visto la luz del día si no hubiese aprendido a dominar esto de la incomodidad cada vez mejor.

Recuerda: no se trata de que no te afecten jamás las opiniones de los demás, esto es casi imposible. El hack es que mantengas tu ejecución para construir riqueza financiera, corporal, emocional, familiar, psicológica, intelectual haciendo lo que tienes que hacer con dominio de la incomodidad hasta el punto donde comprendes que —como revelan los iluminados— sufrimos más en la mente que en la realidad.

Instálate un sistema operativo genial.

Ejecuta. Ejecuta.

Sigue ejecutando.

Ecuanimidad. Enfoque. Largo plazo.

Sé audaz. Y selo ahora.

—A.