Este es Julian.
Julian tiene veintiún años. En poco tiempo egresará de alguna universidad pública de México.
Julian se encuentra en la clase media baja, esa en donde todos los días hay comida en la mesa pero no permite lujos innecesarios. Aquí nadie viaja al extranjero y casi todo se compra en pagos mensuales con los famosos intereses engañosos de las tiendas diseñadas para estafar a esta franja socioeconómica. En casa tienen un automóvil viejo que lleva años sin conocer cómo es traer el tanque de gasolina más allá del nivel mínimo. Papá y mamá usualmente tienen dificultades para cubrir todas las necesidades de la familia, pero resuelven de una manera u otra.
Julian es el orgullo familiar: va a ser ingeniero.
Julian quiere trabajar en una empresa grande donde le paguen quince o veinte mil pesos al mes.
Hey, cuando toda la vida el dinero ha sido un problema , quince o veinte mil pesos al mes te hacen sentir que todo es posible.
Julian está enfocado en conseguir trabajo en la gran fábrica local, esa donde todos portan con orgullo el uniforme, donde el empleo luce como algo seguro, donde cada año reciben bonos de productividad.
Yo fui Julian al treinta por ciento.
Y conocí a muchos otros Julianes.
Si eres Julian o conoces a alguno, leer lo siguiente es importante porque nadie nos lo explica bien.
Todos estamos expuestos al internet y sus videos virales. Todos nos sumergimos en publicaciones que nos motivan a emprender. Todos sabemos que hay muchas oportunidades para hacer negocios allá afuera.
Julian no es inmune a esto. Ha participado en concursos escolares donde sus ideas y planes de negocio le han hecho ganar algunos aplausos. También ha entrado a conferencias donde el tipo que explica los pasos para tener éxito en emprendimiento solo habla de sus aciertos pero jamás comparte los días donde ha llorado porque nadie lo entiende, donde duerme mal por el estrés de no saber cómo lidiar con impuestos y nóminas pendientes, donde descubre que lo que tenía en común con sus socios ya se perdió, donde nada parece funcionar. Esto tiene sentido, pues nadie acepta dar una plática para deprimir a la audiencia, ¿verdad? Todos queremos lucir ganadores. El problema es que por esta razón el público casi siempre termina recibiendo solo parte de la historia, la parte bonita y bastante limitada.
Julian entonces cree que entiende lo que se requiere para tener éxito en el emprendimiento porque su maestro universitario le dio una buena calificación cuando completó las tareas y exámenes de la metodología de negocios canvas. Como todo joven, es soñador. Esto le regala ideas que ve por todos lados para crear su imperio. Le encantan las palabras “innovación”, “visionario”, “revolución”, “disrupción” y etcétera. Julian —como todos— quiere ser especial, relevante.
Gracias a las señales académicas que ha recibido —concursos, materias, eventos— Julian está seguro que lo único que requiere para lanzar su idea y tener éxito es dinero.
Julian por fin consigue el trabajo en la gran empresa de la ciudad.
Julian se siente en la cima del mundo. Su uniforme. El dinero. Las instalaciones. El prestigio que obtiene en su círculo social. La envidia que genera en otros menos afortunados. Todo es perfecto. ¿Qué puede salir mal?
Julian piensa que solo va a trabajar algún tiempo en la fábrica. Lo suficiente para ahorrar un poco de dinero y lanzar su negocio. Es un buen plan.
Tú y yo sabemos lo que Julian no: jamás va a renunciar, perderá condición física y se volverá adicto a la certidumbre que su empleo le da.
Esto no es obvio para Julian, quien cree que está en control de su situación.
Poco a poco, Julian se adentra en un mundo donde a diario entierra sus posibilidades de lanzarse a emprender sus ideas. Sin saberlo, acepta como positivas cosas que desgastan su potencial.
La primera es que se convierte en un bastión económico de su familia. Todo es más fácil en casa ahora con el salario seguro de Julian. Esto se siente genial durante un tiempo, pero el problema es que esta nueva dinámica familiar se convierte pronto en una adicción de ambos lados: ahora Julian debe mantener este apoyo de manera indefinida, mientras en casa los esfuerzos por mejorar se estancan.
Otro punto es que en su empleo en la gran fábrica, Julian se va a rodear de gente inteligente, preparada y con éxito a las cuales lógicamente va a admirar. Esto hará que los imite en todo: la forma en que actúan, hablan, piensan, los lugares a los que van, las cosas que compran, las ideas que les gustan, etc. Dado que está en una empresa en la que muchos desearían poder trabajar, la presión interna por mantener una alta productividad lo obliga a competir a diario en el número de horas que debe estar enfocado en la solución de los problemas que le pagan por resolver. Julian siempre ha sido delgado y nunca le ha dolido nada, por lo cual no concibe que su terrible alimentación, mala higiene del sueño y falta de ejercicio lo van a poner del lado de la obesidad en pocos años.
Obesidad que verá normal porque lamentablemente así luce la mayoría a su alrededor.
Este es uno de los puntos más difíciles de atacar en la juventud mexicana que crece en las condiciones que te estoy describiendo: no consideran posible que vayan a ocurrir cambios enormes en su físico hasta el día que de repente descubren que están varias tallas fuera de control, hasta el día en que notan que apenas en sus tempranos treintas tienen la salud física de alguien de más de cincuenta que no se cuida.
Podemos culpar al capitalismo y a muchos otros factores que no promueven la buena salud de los miembros productivos de la sociedad como Julian, pero eso de poco sirve para que un individuo pueda comenzar a mejorar su condición hoy.
Julian cree que necesita un automóvil. Y tiene que ser nuevo. Con su salario de veinte mil pesos al mes puede obtener un crédito para pagarlo en cuatro años. Con su bono anual puede hacer abonos fuertes cada cierto tiempo. Todos hacen esto en la oficina.
Nadie le habla de invertir en ETFs. Nadie le habla de optimizar los próximos veinte o treinta años. Esto es aburrido. Nada es tan sexy como traer tu nuevo coche con Karol G a todo volumen.
Julian va a restaurantes a los que nunca antes había ido. Los fines de semana se embrutece con sus amigos del trabajo que ahora son sus confidentes, role models y familia, todo en uno. El domingo lo utiliza para recuperarse. Cada lunes bromean con orgullo de los destrozos que hicieron las noches anteriores. Y así durante años. Julian no se da cuenta que ha sido absorbido por una cultura que superficialmente luce genial, pero que tiene muchas limitaciones.
¿El plan de solo trabajar un tiempo parar ahorrar y con eso lanzar su emprendimiento? Julian jamás va a admitir que eso está cada vez más alejado. Lo que hará para compensar es invitar a sus amigos a una carne asada algunos fines de semana al mes en su nueva casa pequeña que ha obtenido con un crédito a treinta años —hey, todos así lo hacen en la oficina. La intención de estas reuniones, al menos en teoría, es platicar de ideas de negocio en las que se van a asociar.
Recuerda que su grupo del trabajo es la mafia a la que ahora pertenece. Es todo su mundo. Por lógica —aparte de que son su familia, sus mejores amigos, sus confidentes y sus role models— también deben ser sus socios.
Julian no entiende ni le interesa mucho en este momento enterarse que la inteligencia en un área no significa inteligencia en otra. Que alguien sea excelente entregando reportes complejos en hojas de cálculo no significa que tenga madera de co-fundador de una empresa ni que va soportar el estrés directo de lidiar con el mercado cuando las cosas se pongan duras, como siempre ocurre en negocios. A su amiga —experta en administración de uno de los departamentos de la corporación donde ambos trabajan— Julian la nombra automáticamente directora de finanzas en su nuevo emprendimiento imaginario. Se caen bien. Han bebido, salido y convivido muchísimo. Ella es muy inteligente, pues tuvo excelentes calificaciones en la universidad. Él también. Se entienden. ¿Qué podría salir mal?
A su amiga no le interesa realmente renunciar a su empleo, pero la idea de este negocio es imaginaria y todos los saben la mayor parte del tiempo, excepto cuando andan borrachos celebrando que ya están cada vez más cerca de lanzar el proyecto. En México un “sí” nunca es “sí”. Y un “me interesa” jamás es compromiso. Aquí preferimos quedar bien y aplaudir sin convicción la idea de alguien a decirle nuestra verdadera opinión. Y contestamos con un “pues vamos viendo”, “hablamos”, “lo revisamos” en lugar de ser claros y negarnos a las propuestas que nos hacen.
En la mafia de Julian, nadie pone al frente su renuncia como primer paso para estar a cargo de todos los detalles que se requieren ejecutar para que la compañía sea una realidad.
En la mafia de Julian, nadie pone al frente el primer cheque sin compromiso para que la compañía sea una realidad.
En la mafia de Julian, nadie escribe de manera clara lo que la compañía va a hacer, la estrategia ni la lista de acciones necesarias para que la empresa sea una realidad.
Todo lo que hacen es hablar de grandes ideas de negocios en el comedor de la corporación donde trabajan y reunirse ocasionalmente para discutir el proyecto. Esto los hace sentir bien. Son de esas cosas que te dan un sentido de avance pero que en realidad no significan nada.
Julian está atrapado en el salario de la gran empresa. Su familia depende de ello. El pago de su auto depende de ello. El pago de su casa. La consola de videojuegos. La ropa de marca. El dinero para sus salidas a buenos lugares.
Julian no ha invertido nada en ir a eventos o cursos de cuestiones que realmente lo empoderarían en negocios. Ir a Asia le daría un entendimiento fantástico de lo que es posible construir en el mundo, pero como nadie en la oficina hace esto, él no lo tiene tampoco en el radar. Tampoco va a cursos en otras ciudades con expertos genuinos porque cree que entiende lo que tiene que hacer y ya está casi todo listo con sus amigos.
No te confundas, querido Julian: pensar que la inteligencia y capacidad que alguien tienen en un empleo es igual a tener inteligencia y capacidad parar ejecutar con éxito en un negocio propio es el peor de los errores.
Si quieres entender esto con una analogía futbolística, piensa en tu amigo del vecindario que es genial jugando fútbol, pero su buen toque no es sinónimo de disciplina, enfoque ni de dureza mental necesaria para ser profesional en la liga profesional.
Julian no sabe nada de esto porque su círculo tampoco. Y su grupo de amigos-colegas lo define. Lo han influenciado al grado que todo lo que no está dentro de ese ecosistema no le interesa, no lo ve, no lo procesa.
Muchos hemos sido Julian.
Levantamos muros de superficialidad a nuestro alrededor. Cosas que nos hacen lucir bien pero que no nos permiten avanzar en los objetivos que verdaderamente valen la pena. Tenemos el uniforme, el título, el salario, la casa, el auto pero no tenemos los fondos, ni la seguridad, ni la audacia, ni las relaciones, ni el entendimiento para crear algo propio.
Julian comienza a ir a bodas de sus compañeros que a los veintiocho años se expresan con tonterías como “ya me estaba quedando” como si estar casado y tener hijos te diera alguna ventaja en un momento en que ni siquiera sabes qué quieres de la vida. Lamentablemente, Julian internaliza estas frases gracias a tantas repeticiones y comienza a pensar pobremente así.
Ojalá Julian tuviera en cuenta primero viajar por el mundo, renunciar, tener varios empleos y tratar de construir sus ideas con una red internacional de amigos, aprendiendo a levantar capital y jugando con reglas de un juego más rico de la vida.
Pero en lugar de eso, ahora pasa su tiempo mordiéndose la uñas pensando que se está “quedando atrás” de todos sus amigos.
Y comienza a planear de forma limitada que tiene que subir de posición en la empresa para ganar más y con ello poder formar una familia. Lo que casi nadie admite para sí mismo es que —a menos que te entrenes en lo opuesto, lo cual casi nadie hace—si ganas más, gastas más.
Julian sube de nivel. Ahora gana treinta y cinco mil pesos al mes. Está al frente de otros ingenieros. Sus responsabilidades crecen por todos lados. La curva de aprendizaje de management es como la montaña más empinada del mundo. Tiene problemas con todos porque la gente siempre resiente a un nuevo jefe. Donde antes era bueno en el aspecto técnico, ahora básicamente tienen que empezar de cero a comprender el aspecto humano. Nadie le avisó lo importante que era esto. Julian quisiera poder regresar a ser un simple ingeniero, pero ya está aquí y es imposible confesarle a alguien de su grupo que está frustrado y no sabe qué hacer. Después de todo, lo consideran inteligente y exitoso, y tal es la imagen que su ego le dice que debe proteger a toda costa.
Su salud empeora.
El dinero alcanza menos.
La calidad de sus relaciones interpersonales disminuye.
Y lleva ya quince años en una empresa a la que pensaba que solo iba a ocupar como un escalón para su emprendimiento.
Julian no puede hablar de esto con nadie porque sigue siendo un ejemplo en su familia. Sus compañeros de la universidad lo admiran. La sociedad lo respeta. Pero Julian no es feliz. Y estando atrapado en este mundo, se da cuenta que los demás a su alrededor tampoco expresan la realidad, nadie la dice en voz alta, mucho menos regresan a compartirlo con los que van a empezar. Esto hace que el ciclo del engaño continue haciendo que lo único que los futuros egresados de clase media baja pueden ver sea el prestigio, el auto, el respeto y el salario ocultando la frustración, mala salud, círculo social limitado, finanzas frágiles y preocupación constante.
No teniendo familiares o amigos que sepan jugar un juego más elevado en la vida, las oportunidades de hackear el asunto parecen nulas: es esto o continuar con la pobreza en la que creciste.
Despierta, querido chico corporativo.
La adicción a un buen salario en la juventud es de las cosas más difíciles de superar. Te hace valorar la certidumbre en tu instante de mayor potencial creador. Más adelante en la vida también puedes construir cosas, claro, pero ten en cuenta que conforme pasan los años, tienes más heridas de guerra en lo profesional y personal. Y la bendición de la juventud es que no habiendo hecho nada, crees que puedes hacerlo todo. Esto es algo que debes aprovechar, Julian.
He hablado con miles de Julianes en la última década. A muchos de ellos les he preguntado cuánto cuesta una casa de dos pisos con tres recámaras en el mejor fraccionamiento de la ciudad y qué precio tiene un boleto de avión redondo desde Ciudad de México a París. No saben estas cosas. Alguien puede decir en defensa de estos chicos que no tienen por qué saberlo dado que no van a comprar una casa en ese instante y lo del viaje lo verán llegado el momento en que lo quieran hacer.
Ese tipo de pensamiento es el que nos impide crear grandes cosas.
Yo sé cuánto vale tener un avión privado.
Sé el precio de rentar uno para un viaje entre las ciudades que más visito.
Conozco el precio de una bella finca en la campiña italiana.
Y no tengo absolutamente nada de ello. Pero tengo los detalles. Es muchísimo más factible que me pueda mover hacia uno de esos puntos en algún momento sabiendo con precisión lo que requieren. Es imposible generar los recursos para ello si no sé ni siquiera de cuánto dinero estamos hablando.
Lo que intento decirle a los Julianes del mundo es que deben ser curiosos y entender el dinero desde una perspectiva clara y ambiciosa. Tu papá, tu maestro, tu jefe, ninguno de ellos sabe de dinero, por mucho que los ames, por mucho que sean inteligentes en aspectos técnicos. El que sabe de dinero tiene un sistema para ello que ha ido perfeccionado. Su riqueza se puede notar de forma sutil. Punto. Es extremadamente raro llegar a la cima de esa colina a través de un trabajo típico. El nivel de vida que admiras de alguien con una buena casa en una buena zona con ayuda doméstica, dos autos, escuelas particulares para los niños, perros, tarjetas de crédito para comer en restaurantes caros y viajes de vacaciones, bueno, nada de eso se paga con un salario de veinte o treinta y cinco mil pesos al mes. No vivas engañado.
El problema es que Julian va descubriendo esto conforme va trabajando más y más duro en lugar de entrenarse en trabajar más inteligentemente.
Julian debe preguntarse qué demonios ha hecho el tipo de menos de cuarenta años que puede estar a diario unas tres horas por la tarde en el gimnasio más caro de la ciudad con aire relajado cuando él no tiene tiempo ni siquiera el fin de semana para poder salir a caminar media hora sin estar preocupado mientras lo hace. A esa persona es a la que debe estudiar para imitar sus pasos, su actitud, sus decisiones, su sistema, sus relaciones.
Julian hace lo contrario a diario y no se da cuenta: estudia al tipo de menos de cuarenta que es su jefe en la oficina, que siempre está estresado, que jamás hace ejercicio, que tiene una vida personal caótica y que si pierde su empleo hoy, está jodido. Lo estudia a diario inconscientemente porque come con él, ríe sus chistes, van al bar juntos y así. Esto es lo que Julian debe combatir a diario: su atención y admiración hacia un punto que no le conviene.
No estoy diciendo que el tipo del gimnasio es buena persona. Tampoco que el de la oficina sea malo. Estoy hablando de ser estratégicos, pragmáticos, entender en qué estamos entrenándonos a diario y hacia dónde nos va a llevar ese entrenamiento en poco tiempo.
Es imposible que te mantengas fitness en modalidad de largo plazo si toda la gente que te rodea no cuida ni su dieta ni su ejercicio. Imposible. Y esto ocurre porque luchar psicológicamente contra ello sostenidamente a diario es una batalla emocional desgastante. Por eso debemos colocarnos en el entorno que nos conviene.
Hay ventajas en tener un buen trabajo en una gran empresa en la juventud. Una de ellas es el fuerte acercamiento que tienes a procedimientos corporativos que puedes aplicar en tu vida profesional en cualquier otro lado o implementar en tu emprendimiento. ¿Sabes? Lo que veo todo el tiempo es que la juventud al iniciar un nuevo empleo conecta enseguida con los que están en su nivel o cerca y usan estas nuevas relaciones profesionales para hacerlas enseguida personales y pasar el tiempo criticando a los que están en lo más alto de la jerarquía.
Mira, cuando piensas que los dueños no saben lo que ocurre en realidad en la empresa, te has activado el modo egocéntrico en lugar del modo aprendiz. Seamos realistas: tú no tienes una empresa como ellos, no tienes experiencia como ellos, no tienes las heridas de guerra que ellos han coleccionado. Apenas tienes dos años en una posición de nivel bajo o intermedio haciendo cosas que honestamente no van a destrozar a la compañía si las dejas de ejecutar. Te conviene más ver el mundo desde la perspectiva de estas personas encumbradas en lugar de estar criticándolas para sentirte más inteligente. Sentirte más inteligente solo ayuda a tu ego y no refleja nada en tu bolsillo.
Piensa que en un servicio de lavado de autos de esos que no tienen sofisticados mecanismos automatizados, las personas que trabajan duro echan agua, aspiran y secan tu vehículo. La persona que toma el riesgo de rentar el lugar, anunciarse y contratar gente es quien trabaja inteligentemente.
Trabaja inteligentemente.
Te aviso que esto no te lo enseñaron en la universidad.
De hecho, casi nadie sabe trabajar inteligentemente. Esto es porque es lo más difícil. Sé que suena contraintuitivo —por no decir estúpido— pero trabajar duro es fácil ya que simplemente se trata de imprimir más energía a algo que no es óptimo.
La persona que trabaja inteligentemente puede a diario estar relajada tres horas en el gimnasio en cualquier momento del día que le apetezca sabiendo que tiene recursos que le dan muchas oportunidades.
Trabajar inteligentemente es muy difícil porque involucra dominar mucho la presión psicológica que sentimos de la masa de gente que no entiende nuestros movimientos. Trabajar inteligentemente nos hace lucir raros y tal vez flojos en un entorno que nos vende la idea de que alguien ocupado y estresado todo el tiempo es productivo.
La persona que trabaja duro no tiene tiempo de salir a caminar ni siquiera media hora sin estar preocupada por todos los pendientes que la agobian.
Si eres joven y tienes un buen trabajo, no le des todo a ese empleo. Sé un pro, sí, y ejecuta genial para la empresa que te da un cheque mes a mes, pero ten varios proyectos andando. Sé diseñador, programador, mesero, encuestador, bailarín, no sé, haz muchas otras cosas fuera de tu horario oficial laboral. Esto te da músculo, energía y visión que pocos generan.
Usa los fines de semana como espacios para acelerar tu ventaja. Que tu weekend no sea weak. Donde otros pasan cada sábado con la misma rutina embrutecedora, tú usas ese espacio para viajar a un lugar que no conocías, para hospedar a extranjeros en tu pequeño depa rentado que te da agilidad para abandonarlo a voluntad y moverte fácil a cualquier lugar del mundo sin compromisos.
El auto y la casa propias son sueños de otros. Tú no quieres esto de joven. Tú no quieres estar atado. Y esto es lo que te haces a ti mismo cuando piensas que estos dos elementos son los objetivos a conseguir teniendo veinticinco años.
“The things you own, end up owning you”, dice Tyler Durden en Fight Club.
Ve a eventos de todo tipo. Paga por ellos. No quieras todo gratis. Siéntete tonto aprendiendo de cuestiones totalmente fuera de tu radar. Tus clases de baile, la escuela de arte, tu club de lectura, la organización en la que haces voluntariado, un equipo deportivo, ten muchos más amigos en lugares así que en tu trabajo.
No tomes como sabiduría lo que alguien que lleva veinte años en una corporación te diga. No te está contando la historia completa. No te va a confesar que quisiera poder escapar de la trampa. Si su vida te gusta porque es un tipo sano, ecuánime, en control, con espacio para muchas actividades personales, con una familia en armonía, con crecimiento espiritual constante, bueno, entonces sí, imítalo. Hay muy pocos de estos en esos entornos.
No te deslumbres con el salario y el reconocimiento profesional de alguien. Es muy poco lo que esto representa con respecto a todo lo que podemos conseguir en la vida. Si te obsesionas con esto, bueno, será lo único que conquistarás. Y varias décadas más adelante, lamentarás no haber desarrollado otros intereses y no haber explorado otras oportunidades.
Necesitamos más gente como Julian, que podrían ser empresarios que levanten a la sociedad. Pero necesitamos explicarles con claridad todo lo que el camino tradicional conlleva para que entiendan bien el juego. Perdemos a muchos chicos de clase media baja académicamente inteligentes que podrían ser grandes emprendedores por no ayudarlos a evitar con cuidado la gran trampa del dinero temprano.
Te quiero, querido Julian.
Te digo todo esto desde una posición difícil.
He estado ahí. En muchos aspectos, sigo ahí.
Podemos quejarnos de la situación en la que estamos.
O podemos trabajar inteligentemente para hackearla.
Requiere que primero te admitas a ti mismo varias cosas incómodas.
Requiere que seas observador y analices bien.
Requiere que tomes decisiones duras.
Requiere que tengas conversaciones difíciles.
Requiere que te aprietes los botones adecuados.
Y que comiences ya.
Ecuanimidad. Enfoque.
Largo plazo.
Sé audaz.
Y selo ahora.
—A.