Todos somos exitosos en las redes sociales. Sigo inversionistas, emprendedores, artistas, programadores y demás pros en ese estilo. A diario encuentro que todos han escrito nuevo código genial, descubierto una gema para invertir en ella o conseguido éxito inconmensurable con su startup.

Esto solía provocarme una plática interna estilo «Aarón, ¿qué te pasa?, ¿por qué no estás consiguiendo todas esas oportunidades y avances también?, ¿por qué no logras las mismas victorias que esas personas?».

Con los años, entendí que las redes sociales no son un espejo de lo bueno o malo de la realidad. Muchos dirán «es obvio, Aarón» y sin embargo, aquí estamos tú y yo, llenos de ansiedad, comparándonos todo el tiempo con la urgencia de presumir algo, lo que sea, para no quedarnos atrás.

Lo que me ha ayudado a calibrar la percepción de lo que hay aquí en internet es que conozco a muchos de los que publican sus éxitos. Son personas normales como tú y como yo. Tienen miedos, inseguridades y en algunos casos —por traumas como los míos— necesidad de atención.

Lo que hacemos mejor quienes emitimos éxito en las redes sociales es simplemente una administración adecuada de nuestra marca personal. Es como el que corre largas distancias: sólo entrena más su cuerpo y calibra mejor su respiración, no es un ente superior.

No se trata de decir que los éxitos que te compartimos aquí no existen o que exageramos en todo. Se trata de que sepas que sí, que hoy alguien publicó una venta genial pero lleva semanas sin ver a sus hijos porque ha estado de viaje y se siente exhausto de este ritmo laboral. Ahora, la razón por la cual emprendedores, inversionistas y demás pros buscamos transmitir éxito de forma consistente en las redes es porque sabemos que eso llama a otros que están trabajando en esa frecuencia y que sumarlos a nuestro ecosistema nos puede hacer ganar-ganar.

Si publico que la vida es dura, que todo está mal, que el mundo es injusto, claro, hay tal vez mucha razón en esas frases, pero piensa que aquellos que se sientan atraídos por esas publicaciones no serán los que me ayuden a salir de ese estado de mente y ejecución. Entonces, si me das a elegir, prefiero organizar mis redes sociales todo el tiempo con creadores que tienen fracasos, problemas ocultos, ansiedad y demás imperfecciones de personalidad como tú y yo pero que incluso así deciden enfocarse en impulsar las cosas buenas que construyen.

El resumen de esto es que tristemente hay solo dos estados de funcionamiento con las redes sociales: o nos están educando (dejamos que el algoritmo decida libremente qué ponernos en frente) o lo estamos educando (bloqueando, siguiendo, compartiendo lo que sí nos conviene).

Estoy escribiendo esto descalzo, despeinado y con un poco de escurrimiento nasal en esta habitación de hotel donde desperté tarde y voy retrasado con la agenda que me fijé para el día de hoy. No estoy sonriendo ni tengo la producción encima de mí que ves en mi foto de perfil.

Una buena marca personal no se trata de que inventes éxitos que no existen o que te esfuerces en conseguir éxitos solo para complacer a seguidores. Se trata de que cuando algo genial en lo físico o lo etéreo te ocurra, vengas a platicarnos al respecto.

Cosas que pueden ser geniales para compartir: la epifanía que conseguiste en un párrafo del libro que estás leyendo, una conversación donde ayudaste a alguien, un viaje que te sorprendió, una acción que tuvo buenos resultados inesperados y así.

Tranquilo, tranquilo: todos tenemos problemas y estamos mal en algunas cosas. Abandona esa fácil idea de que eres el único al que no le resultan bien sus proyectos o que no está muy seguro de lo que está haciendo.

Ecuanimidad. Enfoque. Largo plazo.

Sé audaz. Y selo ahora.

—A.